miércoles, 14 de julio de 2010

De sublimación y frustraciones

Que, como siempre, estamos acontecidos y eso es inevitable. Eventos culturales, festivales y hasta mundial de fútbol resquebrajó nuestra rutina . En medio de tanto y tantos hubo algo que me llamó mucho la atención. Y es que si de sublimar frustraciones se refiere cada uno de nosotros se erige como un gran experto en la materia. Métodos distintos, tiempos distintos algunos más productivos que otros, pero no escapamos de este mecanismo de defensa que nos ayuda a mantener el equilibrio mínimo y nos aleja -aunque no mucho- de la locura definitiva.
Con algo de sorpresa observé durante el Mundial de fútbol cómo se disfrutaba de las eliminaciones y las descalificaciones, tanto más que de las victorias obtenidas y las buenas representaciones de los países participantes. Por otro lado vi como se criticaba y adjetivaba a aquellos venezolanos que a falta de representación en la fiesta futbolística apoyaban a tal o cual equipo extranjero. No soy de las que apoya fervientemente a algún equipo, pero no niego mis simpatías por alguno de ellos. Aunque no juzgaré a ninguno de los bandos, sí creo en algo, el sentido de pertenencia y el amor por la patria no se decreta y mucho menos se impone, se construye a través de un proceso sostenido de generación de elementos simbólicos propios de nuestra cultura, que vengan de nuestro más íntimo entramado social. Estos procesos no están supeditados a un período de tiempo específico pero sí a la sostenibilidad del trabajo. Para dedicarnos a construirlo debemos encargarnos primero de las necesidades básicas de la población. Nadie morirá a los pies de la Vino Tinto si primero está la posibilidad de morir ante el hampa desatada.
También debemos contemplar la descendencia de muchos de nosotros y el gran número de extranjeros que vive en el país, de allí que las críticas a las caravanas y las banderitas deba matizarse.
Vi con angustia como muchos amigos se descalificaban entre sí, muchos otros gozaban morbosamente de los malos momentos de los jugadores y se regocijaban en lo que para mí no es más que un acto de sublimación de frustraciones individuales y colectivas. La posibilidad de disfrute se vio disminuida ante la necesidad de criticar sin aportar, intentando destruir cuanta iniciativa aparezca.
Este es el espejo de las críticas generadas por el festival Por el Medio de la Calle 2010, del cual disfruté sin dejar de cuestionar algunos aspectos. Sin embargo, no había terminado el evento cuando ya las redes sociales y periódicos desbordaban críticas negativas (las positivas no se quedaron atrás) del evento, como si la perfección es accesible en procesos culturales inacabados. Para mi prevalecen las ganas de trabajar y de impulsar iniciativas que mejoren la calidad de vida ciudadana frente a los posibles y necesarios errores que se cometan en la organización de algún evento. Los errores permiten replantear procesos, optimizar experiencias y sobretodo articular puntos de vista. Pero eso sólo se logra trabajando a través del espíritu de cooperación, no atrincherándose en zonas de comodidad donde sólo está permitido hablar desde la frustración y la infelicidad.
El acto de sublimar no es malo en sí mismo, la forma de practicarla es la que pervierte los resultados. Tanto en el caso del mundial como en el caso de Por el Medio de la Calle, las ganas de disfrutar y aprender fueron torpedeadas por la mezquindad propia de la frustración. La frustración sólo se combate con trabajo y ganas de vivir mejor, esto amerita esfuerzos pero la superioridad de los resultados es algo superlativo.

El disfrute debe ser nuestro objetivo de vida, sin dejar de lado el sano ejercicio de la crítica, pero bien entendida, motivadora y constructiva.


Con el solo propósito de expresarme dejo abierta esta discusión, siempre exaltando los valores de la diversidad y la riqueza subyacente en las diferencias.


Yisbel Pérez Díaz