sábado, 16 de octubre de 2010

Simbología e identidad. Relación indisoluble

    Son muchos los que han hablado de simbologías y de cómo estas forman parte importante de nuestra identidad. Rasgos compartidos dentro de un grupo de individuos que lo distingue frente a otros son de las tantas cosas dichas por antropólogos, sociólogos y culturólogos en general. La simbología, todo lo relativo a los símbolos y sus significados dentro de un contexto específico y las influencias sobre la población. No pretendo centrarme en el desarrollo de ambas terminologías, me es más agradable identificarles en la realidad, ya que respiran nuestro mismo oxigeno, más que palabras son vivencias.
   Para todos los que hacemos vida en Caracas es cotidianidad identificar zonas de la ciudad por  publicidades, edificios, monumentos y todo aquellos elementos que nos libren de aprendernos los nombres de las mal identificadas calles por las que debemos caminar. "Nos vemos en el Sambil", "estoy en Plaza Altamira" o "vamos a Metrocenter" son algunas de las muchas expresiones que se dejan escuchar en nuestro día a día que denotan ubicación. Señores no hablamos de calles hablamos de íconos, de símbolos. Sea por práctico, por falta de buena identificación de los lugares de la ciudad o por su sencillez,  nos comunicamos de esa forma. Sin evadir toda la carga ideológica que pueda tener una valla u objeto publicitario, la cual es innegable y hasta lógica, creo que su significado para las personas va más allá del asunto ideológico y en el caso de Caracas, caótica y con dinamismo excesivo, vienen a sustituir  a las coordenadas de ubicación y  a las identificaciones de calles y avenidas.
   Soy parte de ese gran grupo de personas que por razones diversas debemos vivir en Caracas, y como tal se me hace inevitable hablar del desmantelamiento de los símbolos que convergían en  la fuente de la Plaza de Venezuela, específicamente la Bola Pepsi y la Taza de Nescafé. Ambas de origen publicitario, ya que no hablan de hábitos originarios de los caraqueños, sin embargo jugaron un papel preponderante en esto de ubicarse en la ciudad. Eran vistas desde cualquier punto de la ciudad, de allí que fuesen estratégicamente colocadas en esos lugares. Esa publicidad pasaba por las retinas de todos aquellos que se trasladaban de oeste a este y viceversa, ¿pero será posible que sirvieran para algo más? a mi modo de ver sí. Se convirtieron con el pasar de los años en íconos de la  ciudad y referentes visuales para los habitantes del resto de los estados del país. Símbolos de modernidad, de urbe moderna, de ciudad cosmopolita. No niego la tendencia capitalista de esta visión de futuro, la cual está presente en todas las ciudades importantes del mundo, se digan a sí mismas capitalistas o socialistas. Puedo vivir con eso, no consumí más gaseosas porque la Bola Pepsi  estuviera allí y nunca he tomado café, considero que la problemática va mucho más allá de incentivar el consumo o si se es capitalista o no.
   No cuestiono las razones técnicas de su desmantelamiento, las cuales puedo comprender (muy pesadas y de gran riesgo en condiciones adversas como terremotos entre otros) ni la ineficiencia de las empresas que estaban  a cargo de su mantenimiento, sin embargo, se deja ver a simple vista que las razones para desaparecer estos símbolos de la ciudad son meramente ideológicos, ya que estas representan  al tan satanizado capitalismo salvaje y más allá al sector perverso y explotador que los soporta, el sector privado. Toda un cruzada en contra del pasado y presente de la ciudad y de sus habitantes en consecuencia.   
   Por otro lado no desconozco que el monumento de la fuente de la plaza de Venezuela sigue siendo un ícono importante en la ciudad, pero esta nos habla de una Caracas de otra época, no menos importante pero otra ¿Es que no podían convivir pasado y presente en el mismo lugar? No las dejaron convivir, representaban dos momentos distintos de la ciudad, ninguno más importante que el otro, eran signos de convivencia, de la tolerancia del pasado respecto al presente.
   A este eje icónico recientemente desaparecido  incorporo a la Torre la Previsora y su tan tradicional reloj digital. Edificación emblemática de la ciudad, punto de referencia y de encuentro, y su reloj elemento referencial del tiempo en la ciudad. Símbolo de consulta diaria, de alguna manera dictaba el ritmo de Caracas. En fechas recientes Seguros La Previsora fue intervenido por el estado venezolano por razones de las que no me ocuparé, pero indiferentemente de culpables o inocentes, el hecho está en que la intervención llevó al cese de funciones del reloj. Ya  La Previsora no da la hora. La costumbres culturales relacionadas con la ubicación y el tiempo en esa zona tan importante de Caracas recibieron un golpe mortal.
    Muchos pensarán que no debe ser tan importante este hecho pues nadie lo protesta, pero es que el número de personas que ingresa a la morgue de Bello Monte y sus dolientes, los índices de inflación y la calidad de vida por los suelos no dan tregua, y convierten a estos problemas en situaciones menores, de poca importancia.
   Lo cierto es que no sólo la inseguridad  nos mata, también lo hace aquel que se toma la atribución con nuestra  anuencia de destruir nuestro entorno, natural o creado ¿Qué se logra con apagar el reloj de La Previsora? ¿Se pudo minimizar las dimensiones y peso de los materiales de la Bola Pepsi o la taza de Nescafé para que fuesen más seguras? ¿Se discutió suficientemente la remoción de estos íconos y los efectos culturales que traería esta decisión en la población?
   Algo que tengo muy claro, es más manejable una población desprovista de referentes culturales y simbologías arraigadas en su entramado cultural, que aquellos que sienten y saben suyo los elementos que los rodean. A esto sumo la conveniencia de la delincuencia como herramienta de control social. Nadie pensara en patrimonio  cultural en ninguna de sus categorías si tiene a un familiar que reclamar en la morgue.


Queda de nosotros exigir respeto a nuestra vida y a nuestro patrimonio.



Vivir en diversidad es la premisa

sábado, 18 de septiembre de 2010

Entrelibros te veas


   La humanidad ha estado marcada por innumerables procesos culturales resultantes de posiciones maniqueas o extremas, como se les quiera llamar. Pudiera hacer toda una disertación sobre el maniqueísmo sus causas y consecuencias en el devenir de la historia, sin embargo, mi interés se centra en un aspecto muy particular de la práctica maniqueista en la actualidad. Para nadie es novedad aquello de malo o bueno, blanco o negro, conmigo o en mi contra y muchas tantas expresiones que hemos incorporado en nuestro argot diario con las cuales expresamos nuestra posición innegociable ante una temática, persona o situación específica. Pues bien, esas son expresiones que resumen la forma extremista que tenemos de asumir la vida en términos generales, a eso se refiere el maniqueísmo. Así abordamos las realidades que nos rodean, ya sean políticas, sociales, económicas o psicológicas. Las personas son buenas o malas, las situaciones son buenas o malas, si no me apoyas estás en mi contra.
   No vemos posibilidad de coexistencia y mucho menos convivencia de elementos diversos dentro de una misma realidad o llegado el caso una persona, todo debe estar en estado "puro" sin matices, no hay posibilidades de complementar contenidos para hacer realidades más ricas, depurar experiencias usando diversidad de elementos garantizando la mayor cantidad de beneficios.
   Esto ha tocado fenómenos actuales y de gran vigencia. Los libros electrónicos.
Actualmente está muy en el tapete el tema de los libros electrónicos y sus dispositivos, son muchas las aristas para dirigir discusiones sobre este tópico; propiedad intelectual, derechos de autor, formatos de lectura, casas editoriales, imprentas, hábitos de lectura, purismo, purismo y más purismo.
   Los que desarrollan la nueva tecnología de lectores electrónicos o e-readers están dedicados a trabajar para ofrecer los mejores lectores y así garantizar al usuario un dispositivo confortable y confiable, sin dejar de lado la respectiva compaña publicitaria necesaria para lograr el posicionamiento del producto.
   Por otro lado las casas editoriales, responsables en gran porcentaje de los libros que leemos en formato tradicional, están en su propia campaña publicitaria dirigida a satanizar la existencia del nuevo formato, bien sea por temor a menguar ante lo nuevo o por defender posiciones puristas a ultranza.
   La situación es propicia para pedirnos una posición ante la nueva realidad. Eso es lo que siempre se exige, una posición. Muchas son las encuestas que sobre este tema se han hecho, muchos los artículos que se han escrito y la tendencia de casi todos es defender uno u otro formato, muy rara vez plantear una posible y armónica convivencia. Si uno existe el otro dejará de hacerlo. Quisiera que alguien me dijera cuál manifestación artística desapareció luego de la explosión de los medios de comunicación masivos, quién solapó a quién. Detrás de estas posiciones extremas encontramos un sin fin de intereses que no siempre guardan relación con el beneficio de los usuarios o consumidores de tal o cual servicio. Los fabricantes de lectores electrónicos defienden los intereses de inversionistas, las casas editoriales defienden los intereses de un negocio que se supo siempre sin competencia, ¿y los lectores?
   Muchos han olvidado las infinitas posibilidades existentes en un solo ser humano, el poder de decisión de cada uno, los gustos, las preferencias, ritmos de vida y sobretodo las necesidades.
Me pregunto, en realidad qué es lo que importa acá, el formato de la lectura o que no se pierda el hábito de leer? Soy lectora en ambos formatos. Cuando leo un libro en papel me embriago en su aroma que me habla de una larga tradición y del trabajo arduo de mucha gente, me encanta toquetear las letras y manosear el papel mientras el libro entra por mis ojos. Lo disfruto inmensamente. Cuando leo un libro electrónico me embriago en tecnología y disfruto infinitamente el hecho de leer en un formato distinto, toqueteo mi lector o monitor mientras las letras se adueñan de toda mi atención. Y es que lo que más me importa es leer, el formato no es mi principal preocupación, quizá por el hecho de no tener intereses económicos detrás de mi deseo de leer, pero ésta es la condición de la mayoría de los lectores.
   Existen varios factores subyacentes en este asunto. Nuestra resistencia al cambio nos hace tomar las posiciones más extremas y en muchos casos las más absurdas. Hay espacio para todos los formatos que quieran inventar, siempre habrá quien guste más de los libros en papel y los prefiera por sobre todos los formatos existentes. Siempre habrá quien quiera disfrutar de los avances tecnológicos y no suelte su e-reader.
   Convivencia es lo que se necesita no confrontación ni descalificación. Hay para todos. Mi única sugerencia a los lectores es: no se dejen apabullar por los formatos, lean, devoren libros, eso es lo que nos hace lectores.

Apuesto siempre a la diversidad en cualquiera de sus manifestaciones, es mi premisa.

lunes, 23 de agosto de 2010

Que la tolerancia sea con nosotros




Es tema de cada día hablar de tolerancia, solicitarla, reclamar su carencia, envolvernos con su bandera. Tolerar, ser tolerante son términos cada vez más en boga. Pero qué pasa cuando no se tolera.
Tolerancia a nuestro entender, es respetar y comprender posiciones distintas a la nuestra relativas a la vida y sus diferentes aspectos. Son muchas las aristas de una misma realidad y estamos en plena libertad -al menos eso creemos- de pensar y actuar según nuestras creencias. Ahora bien, el proceso de tolerar debe estar acompañado de cierta reciprocidad y sobretodo de la consciencia de un premisa elemental: tolero y respeto esperando lo misma actitud de mis iguales, teniendo la plena libertad de expresión sobre los temas o situaciones a enfrentar. Tolerar no es aguantar. Tolerar es ser capaz de convivir, entablar discusiones que conlleven a procesos generadores de conocimientos que ofrezcan soluciones a posibles conflictos, tomando elementos de creencias y pensares distintos, la tolerancia es dinámica y participativa en el mejor sentido de la expresión. Aguantar lleva implícito el desconocimiento de derechos, su condición pasiva sólo requiere de sumisión y uso nulo de la capacidad de análisis. Las doctrinas, las ideologías no conviven solas entre sí. Somos nosotros sus interlocutores por ende responsables de generar entendimiento. En suma, hablamos de convivencia entendida necesariamente desde el reconocimiento de nuestros derechos fundamentales, a la vida, a la expresión.
Ahora bien, surge la gran pregunta, ¿toleramos o aguantamos? Para tolerar necesitamos condiciones mínimas de libertad e independencia que nos garanticen el respeto a desarrollarnos según nuestras creencias sin perjudicar al otro. Y es justo esa otredad la que nos señala los límites de acción. La calidad y el nivel de vida juegan un papel fundamental en estos procesos culturales. La consciencia que tenga la sociedad del rol que lo corresponde en este proceso es vital. Y es que es muy difícil pedir tolerancia y comprensión a una población que no tiene acceso al agua potable ni a los servicios básicos, ni mencionar la condición de pobreza educativa y económica. Estos factores cegan toda capacidad de cooperación, produciendo espirales anárquicos que sólo garantizan que el aguantar sea la única alternativa para enfrentar los desmanes diarios.
Caracas, Venezuela. ciudad del aguantar, donde tolerar no es posible. Las posibilidades de expresarse están confiscadas. No vale reclamo ni pregunta que señale un análisis previo de la situación. Ni en calles, ni en el sistema Metro. No hay distingo, somos iguales ante la anarquía impuesta por el aguantar. Consecuencias: olvido de nuestros derechos y su defensa, deconstrucción de procesos de convivencia cívica. Conformismo y desmejora sistemática de nuestra calidad de vida.
Somos nosotros los que decimos qué hacer, tolerar o aguantar.

Que la tolerancia sea con todos



Yisbel Pérez Díaz

martes, 3 de agosto de 2010

Y el patrimonio del pueblo?


   Nací en Maracay, estado Aragua pero me crié en un pueblo cercano. Villa de Cura, llegué muy pequeña a ese pueblito, lleno de tradiciones y creencias como todo poblado. Crecí entre procesiones, peregrinaciones y promesas. Los carnavales no son tan notorios, las costumbres religiosas sí. Todo el pueblo se vuelca a celebrar en enero las peregrinaciones de la Virgen de Lourdes, en Semana Santa se celebran las procesiones llenas de devotos, tanto lugareños como visitantes. Se pudiera creer que los símbolos patrimoniales del pueblo son las procesiones, en especial la del Nazareno y Santo Sepulcro y sus respectivas cofradías, que no son más que grupos de devotos encargados de organizar a los cargadores y el mantenimiento de los santos. Es algo que ha pasado de generación en generación, legando admiración y respeto en la población. Las procesiones son un acto de devoción, aunque también sirven de excusa para el reencuentro entre villacuranos que están fuera. A pesar de que ya no asisto (luego conocerán mis razones) reconozco que forman parte del "ser villacurano" de su esencia, de su cultura. Son períodos del año que se esperan con ansias por motivos diversos.
   A mi llegada al pueblo, la mayoría de las casas ubicadas en el casco central seguían siendo de bahareque, con sus bellos zaguanes y frondosos patios internos. Cerca de la plaza la "Heladería Ayacucho" propiedad de unos italianos. El helado era hecho manualmente a la vista de todos y es necesario exaltar el valor que añadían a los paseos vespertinos, toda un delicia. También vendían café, muy famosos por sus elegantes tazas de porcelana, esterilizadas también a la vista de todos. Fue un lugar referencial para todos en el pueblo, ¿y quién no deliró por una buena taza de café o una fabulosa barquilla de ron pasa? Las plazas jugaron su papel primigenio, fueron lugares de reunión y esparcimiento. Se dejaban ver los grupetes de abuelitos conversando al final de la tarde y no faltaban los enamorados adornando los bancos cómplices. La iglesia, siempre abierta, siempre refugio. De estar cerca se escuchaban cantos y oraciones de las que suelo llamar "las amigas del rosario". De manera consciente y hasta intencional hecho mano de mi subjetividad para recrear lo que fue la Villa de Cura de mi infancia, es la única forma de hacerlo.
   La noción patrimonial se ha enriquecido y ampliado gracias a la institucionalidad cultural, lo que ha beneficiado enormemente a la preservación tanto de monumentos, construcciones con valor arquitectónico, así como de tradiciones pertenecientes a la cultura de transmisión oral, formando parte de nuestro patrimonio inmaterial o intangible, el cual tiene la misma importancia que los otros tipos de patrimonio. Sin embargo, así como el patrimonio intangible es vital para preservar la esencia cultural de los grupos humanos, el patrimonio arquitectónico no se deber dejar de lado, ya que en él conviven prácticas sociales que son parte del aparato simbólico de nuestra cultura.
   Me crié en las barriadas que fueron naciendo cercanas al casco central, por tanto mi casa no era de bahareque. No obstante, había una incrustada entre el cemento nuevo, y eso siempre llamó mi atención. Debía pasar diariamente por ahí y siempre la veía con un dejo de admiración, me imaginaba lo mucho que tendría esa casa para contar, cuanto habría visto y escuchado.
   Y pasó el tiempo y el pueblo con él. Los cambios no fueron todo lo beneficiosos que el patrimonio ameritaba. Las casas de bahareque desaparecieron sistemáticamente quedando pocas sobrevivientes. La Heladería Ayacucho tuvo la misma suerte, y pasó a convertirse en un centro comercial moderno común y corriente. La iglesia ya no siempre abierta, atenta a la inseguridad. Las peregrinaciones han cambiado de horarios y frecuencia, ya la devoción pasó a ser sólo "la emoción de ver a quien tenía tiempo que no veía" con algunas excepciones que van por convicción religiosa (esto, aunado a la inseguridad son mis dos razones de peso para no asistir) Las plazas sólo son terreno de paso y y de algunos valientes que aún la frecuentan.    
   Todo producto de la modernidad mal entendida y aculturizada. Parte de la modernidad está en valorar nuestros bienes patrimoniales y hacer de ellos símbolos culturales que nos permitan dar a conocer nuestra esencia y así fortalecer nuestra identidad. Claro está, para articular estos conocimientos debemos apoyarnos en el sistema educativo y en el sector institucional, si no, estamos vulnerables a los devastación cultural de los procesos globalizadores, y dejo algo claro, no estoy en contra de la globalización pero sí de la igualación de culturas. Somos distintos y debemos seguir siéndolo, mientras lo disfrutamos y respetamos.
   A pesar de ser testigo a la distancia de la destrucción progresiva de la memoria histórica del pueblo, mi esperanza se anclaba en esa vieja casa, cercana a la mía, a la que todavía seguía viendo, orgullosa de sí. Mi esperanza se vio disminuida hace poco, al pasar por ahí y ver como acabaron con la fachada tradicional y la convirtieron en otra casa común. Investigando me enteré que los dueños de casa fallecieron y los herederos decidieron remodelar, lo cual no es problema, si se tuvieran los criterios necesarios para "remodelar" sin desvirtuar la naturaleza de la vivienda, que bien pudo ser la única sobreviviente de su tiempo y muestra patrimonial perteneciente a una ruta turística que mostrara orgullosamente los valores propios del pueblo.    
   Cuando veo al pueblo, lo imagino como a un adolescente a quien no se le advirtió de los cambios que estaban en su futuro cercano y como era de esperarse fue devorado por los cambios sin hacerse parte de ellos.
   Me he planteado cualquier cantidad de proyectos para el rescate, preservación y promoción del patrimonio villacurano, pero la realidad me da un portazo y al reaccionar del impacto sólo veo que no hay instituciones locales que se puedan encargar de eso, y es que es muy difícil atender la realidad patrimonial cuando el nivel y calidad de vida de los villacuranos están tan caídos como las difuntas casas de bahareque.
   Sólo veo con tristeza y lógica impotencia tanta indolencia institucional sentada sobre la ignorancia de un pueblo ahogado en penurias y desidia. A pesar de ello, algo de confianza me alienta. Siempre se puede mejorar, sólo falta querer y actuar.
No dejaré de preguntar, ¿y el patrimonio del pueblo? es la manera de recordarme que hay algo rescatable y que los procesos de aprendizaje están dados para ello.

   Sólo a la espera de una oportunidad para ver nuevamente a la Villa de Cura donde llegué.

sábado, 24 de julio de 2010

Comemos patrimonio...y cómo gusta!

He imaginado por años la escena de millones de madres unidas en la comunión de golpetear y moldear masa hecha de harina de maíz, cada madrugada venezolana, y mi emoción es difícil de describir. Ver como se hace tangible el amor que luego será disfrutado y sobretodo devorado. Sólo puede ser poesía, profunda, vívida.

Venezuela al igual que muchas de las naciones latinoamericanas no escapó a la presencia del maíz en su práctica culinaria y es que por solo hacer homenaje al Popol Vuh se hace esto y más, el maíz es nuestro origen y alimento, qué delicia. Y sólo me referiré en esta oportunidad a la arepa por ser la reina de los productos hechos de harina de maíz, pero sin desconocer todos los platillos que con ella se hacen, empanadas, bollos, hallacas y pare de contar.

    La arepa, diaria acompañante de los venezolanos, sencilla y amable, acepta cuanto relleno se nos ocurra inventar. Es tan nuestra que muchas veces obviamos lo que puede significar en nuestro entramado cultural, noción abstracta difícil de digerir a las 3 de la madrugada, luego de una rumba (así acostumbramos decirle a las celebraciones) y con apetito voraz.

   Compañera desde la infancia, donde nos espera pacientemente en la lonchera.Dependiendo de la ubicación geográfica se comen en la mañana, en la noche, a la hora del almuerzo, como acompañante de otras comidas o sola, gruesas o delgadas, fritas o asadas, dulces, de maíz amarillo o blanco, y las peladas qué manjar. En cualquiera de sus versiones, la arepa ha sido la silente testigo de nuestra historia, de nuestro crecimiento y lo más importante el hilo conductor de tradiciones de generación en generación, que hace que mi hija desayune lo mismo que sus primos, sus tíos, sus abuelos, derribando barreras espacio-temporales donde sólo se expresa nuestra más íntima esencia.

   Esta es una noción patrimonial, eso es la arepa en nuestra vida, patrimonio intangible que habla de nuestra historia como país y como colectivo, que ha sido capaz de mantener y reforzar conocimientos ancestrales a través de la tradición, lo que nos ayuda a recordar quienes somos y de donde provenimos.

   Con el boom de la gastronomía han saltado a la palestra tanto la arepa como mucho de nuestros platos emblemáticos, lo que ha servido de herramienta para poner a buen resguardo nuestras tradiciones culinarias.  
   Y qué mejor que mezclar estas iniciativas propias de afamados cocineros venezolanos con la incursión en la web 2.0. Sin obviar a todos los que como Scannnone y Cartay han dedicado tiempo y letras a nuestras arepas (entre muchos otros sabores venezolanos) la presencia de blogs y grupos en redes sociales que se dedican exclusivamente a dirigir discusiones en torno a la arepa, su elaboración y consumo es cuantiosa. Esto nos habla de arraigo, de pertenencia, de adaptación, de patrimonio.
   Otro de los aspectos llamativos en esto de las arepas es como se ha establecido toda una nomenclatura urbana que debe ser usada al momento de pedir una arepa en la arepera de turno: reina pepiada (arepa con ensalada de papas, zanahorias y pollo con una rodaja de aguacate) pelua (arepa de carne esmechada) dominó (arepa con caraotas y queso blanco) por solo nombrar las emblemáticas.
   Lo cierto es que comemos patrimonio diariamente, lo disfrutamos y, sabiéndolo o no, perpetuamos tradiciones, protegemos nuestras costumbres, legamos amor tangible...

   Son tantas las aristas de este tema y tanto los afectos en torno a ella que siempre faltará espacio y tiempo para dedicarle. El consumo de la arepa es nuestro rasgo distintivo y también nuestro aporte a la infinita diversidad que nos rodea y de la cual nos retroalimentamos.


A disfrutarlas, a vivir en diversidad. Mi invitación de siempre...



Yisbel Pérez Díaz

miércoles, 14 de julio de 2010

De sublimación y frustraciones

Que, como siempre, estamos acontecidos y eso es inevitable. Eventos culturales, festivales y hasta mundial de fútbol resquebrajó nuestra rutina . En medio de tanto y tantos hubo algo que me llamó mucho la atención. Y es que si de sublimar frustraciones se refiere cada uno de nosotros se erige como un gran experto en la materia. Métodos distintos, tiempos distintos algunos más productivos que otros, pero no escapamos de este mecanismo de defensa que nos ayuda a mantener el equilibrio mínimo y nos aleja -aunque no mucho- de la locura definitiva.
Con algo de sorpresa observé durante el Mundial de fútbol cómo se disfrutaba de las eliminaciones y las descalificaciones, tanto más que de las victorias obtenidas y las buenas representaciones de los países participantes. Por otro lado vi como se criticaba y adjetivaba a aquellos venezolanos que a falta de representación en la fiesta futbolística apoyaban a tal o cual equipo extranjero. No soy de las que apoya fervientemente a algún equipo, pero no niego mis simpatías por alguno de ellos. Aunque no juzgaré a ninguno de los bandos, sí creo en algo, el sentido de pertenencia y el amor por la patria no se decreta y mucho menos se impone, se construye a través de un proceso sostenido de generación de elementos simbólicos propios de nuestra cultura, que vengan de nuestro más íntimo entramado social. Estos procesos no están supeditados a un período de tiempo específico pero sí a la sostenibilidad del trabajo. Para dedicarnos a construirlo debemos encargarnos primero de las necesidades básicas de la población. Nadie morirá a los pies de la Vino Tinto si primero está la posibilidad de morir ante el hampa desatada.
También debemos contemplar la descendencia de muchos de nosotros y el gran número de extranjeros que vive en el país, de allí que las críticas a las caravanas y las banderitas deba matizarse.
Vi con angustia como muchos amigos se descalificaban entre sí, muchos otros gozaban morbosamente de los malos momentos de los jugadores y se regocijaban en lo que para mí no es más que un acto de sublimación de frustraciones individuales y colectivas. La posibilidad de disfrute se vio disminuida ante la necesidad de criticar sin aportar, intentando destruir cuanta iniciativa aparezca.
Este es el espejo de las críticas generadas por el festival Por el Medio de la Calle 2010, del cual disfruté sin dejar de cuestionar algunos aspectos. Sin embargo, no había terminado el evento cuando ya las redes sociales y periódicos desbordaban críticas negativas (las positivas no se quedaron atrás) del evento, como si la perfección es accesible en procesos culturales inacabados. Para mi prevalecen las ganas de trabajar y de impulsar iniciativas que mejoren la calidad de vida ciudadana frente a los posibles y necesarios errores que se cometan en la organización de algún evento. Los errores permiten replantear procesos, optimizar experiencias y sobretodo articular puntos de vista. Pero eso sólo se logra trabajando a través del espíritu de cooperación, no atrincherándose en zonas de comodidad donde sólo está permitido hablar desde la frustración y la infelicidad.
El acto de sublimar no es malo en sí mismo, la forma de practicarla es la que pervierte los resultados. Tanto en el caso del mundial como en el caso de Por el Medio de la Calle, las ganas de disfrutar y aprender fueron torpedeadas por la mezquindad propia de la frustración. La frustración sólo se combate con trabajo y ganas de vivir mejor, esto amerita esfuerzos pero la superioridad de los resultados es algo superlativo.

El disfrute debe ser nuestro objetivo de vida, sin dejar de lado el sano ejercicio de la crítica, pero bien entendida, motivadora y constructiva.


Con el solo propósito de expresarme dejo abierta esta discusión, siempre exaltando los valores de la diversidad y la riqueza subyacente en las diferencias.


Yisbel Pérez Díaz


jueves, 13 de mayo de 2010

Entre Diversos

Sol brillante en ese lado de las costas de Miranda, muchas ganas de descansar de una semana de trabajo agotador. Ahí me encontraba, en ese rincón mirandino con ganas de volver a respirar, pero respirar de verdad. Como es normal, cuando se llega temprano a algún lugar, escogí el sitio donde me iba a sentar a disfrutar por el tiempo que el sol quisiera su iridiscente compañía. Con el pasar de las horas llegaban los diversos, poco a poco, sin pausa. Absorta en mi anhelo de descanso no detallé que al poco tiempo estaba rodeada completamente de compañeros de necesaria tregua, escogidos por nadie, identificados en la misma necesidad, respirar.

Se alquilaban toldos de cuatro sillas, con mesa y demás comodidades (tuve oportunidad de hacerme de uno); otros más pequeños, de dos sillas, sencillos pero acogedores. Ambas opciones atractivas para los visitantes. Por otro lado llegaban algunos con sus sillas, sombrillas playeras y todos sus detallitos. No faltaban los que a falta de recursos, planificación o sencillamente considerarlo innecesario, fueron acogidos bajo el sol, en sillas de arena. Se llegaba en carro propio, del amigo, en transporte público o a pie. Se tenía ricos manjares, algunos snacks, o sandwiches hechos en casa, por lo del ahorro y la falta de platica. Trajes de baño de distintos colores y tendencias, a estrenar y muy usados y algunos hasta improvisados.
El mismo sol, el mismo mar, el mismo aire. ¿Iguales? ni siquiera similares, cada uno tuvo su forma y medios de disfrutar y satisfacer la necesidad que inconsultamente nos convocó, respirar en libertad, cuanto quisiéramos, como quisiéramos, con quien decidiéramos. Difícilmente se podían distinguir tendencias ideológicas y esas cosas, que frente al mar se convierten en nimiedades, tonterías humanas.
Ahí coincidimos todos, sin distingo de recursos ni maneras. En esa costa convivimos todos, respetando espacio, propiedad y derechos. Sin la obligación de ser iguales y con la firme convicción de ser nosotros mismos, algo que sólo se logra viéndonos en el que está al frente, ese diverso, distinto, no parecido, hasta contrario, que se sabe libre de escoger cómo ser, quién ser, cuándo ser. Eso acompañó mi descanso frente al sol de todos, en el mar de todos pero en el lugar que escogí, el tiempo que quise y como lo quise y con quien quise

Entre diversos, así me crié, eso aprendí, así decidí vivir, porque soy diversa, contraria, distinta, al igual que todo aquel que como yo defiende su derecho, respirar, ser...


Yisbel Pérez Díaz