sábado, 16 de octubre de 2010

Simbología e identidad. Relación indisoluble

    Son muchos los que han hablado de simbologías y de cómo estas forman parte importante de nuestra identidad. Rasgos compartidos dentro de un grupo de individuos que lo distingue frente a otros son de las tantas cosas dichas por antropólogos, sociólogos y culturólogos en general. La simbología, todo lo relativo a los símbolos y sus significados dentro de un contexto específico y las influencias sobre la población. No pretendo centrarme en el desarrollo de ambas terminologías, me es más agradable identificarles en la realidad, ya que respiran nuestro mismo oxigeno, más que palabras son vivencias.
   Para todos los que hacemos vida en Caracas es cotidianidad identificar zonas de la ciudad por  publicidades, edificios, monumentos y todo aquellos elementos que nos libren de aprendernos los nombres de las mal identificadas calles por las que debemos caminar. "Nos vemos en el Sambil", "estoy en Plaza Altamira" o "vamos a Metrocenter" son algunas de las muchas expresiones que se dejan escuchar en nuestro día a día que denotan ubicación. Señores no hablamos de calles hablamos de íconos, de símbolos. Sea por práctico, por falta de buena identificación de los lugares de la ciudad o por su sencillez,  nos comunicamos de esa forma. Sin evadir toda la carga ideológica que pueda tener una valla u objeto publicitario, la cual es innegable y hasta lógica, creo que su significado para las personas va más allá del asunto ideológico y en el caso de Caracas, caótica y con dinamismo excesivo, vienen a sustituir  a las coordenadas de ubicación y  a las identificaciones de calles y avenidas.
   Soy parte de ese gran grupo de personas que por razones diversas debemos vivir en Caracas, y como tal se me hace inevitable hablar del desmantelamiento de los símbolos que convergían en  la fuente de la Plaza de Venezuela, específicamente la Bola Pepsi y la Taza de Nescafé. Ambas de origen publicitario, ya que no hablan de hábitos originarios de los caraqueños, sin embargo jugaron un papel preponderante en esto de ubicarse en la ciudad. Eran vistas desde cualquier punto de la ciudad, de allí que fuesen estratégicamente colocadas en esos lugares. Esa publicidad pasaba por las retinas de todos aquellos que se trasladaban de oeste a este y viceversa, ¿pero será posible que sirvieran para algo más? a mi modo de ver sí. Se convirtieron con el pasar de los años en íconos de la  ciudad y referentes visuales para los habitantes del resto de los estados del país. Símbolos de modernidad, de urbe moderna, de ciudad cosmopolita. No niego la tendencia capitalista de esta visión de futuro, la cual está presente en todas las ciudades importantes del mundo, se digan a sí mismas capitalistas o socialistas. Puedo vivir con eso, no consumí más gaseosas porque la Bola Pepsi  estuviera allí y nunca he tomado café, considero que la problemática va mucho más allá de incentivar el consumo o si se es capitalista o no.
   No cuestiono las razones técnicas de su desmantelamiento, las cuales puedo comprender (muy pesadas y de gran riesgo en condiciones adversas como terremotos entre otros) ni la ineficiencia de las empresas que estaban  a cargo de su mantenimiento, sin embargo, se deja ver a simple vista que las razones para desaparecer estos símbolos de la ciudad son meramente ideológicos, ya que estas representan  al tan satanizado capitalismo salvaje y más allá al sector perverso y explotador que los soporta, el sector privado. Toda un cruzada en contra del pasado y presente de la ciudad y de sus habitantes en consecuencia.   
   Por otro lado no desconozco que el monumento de la fuente de la plaza de Venezuela sigue siendo un ícono importante en la ciudad, pero esta nos habla de una Caracas de otra época, no menos importante pero otra ¿Es que no podían convivir pasado y presente en el mismo lugar? No las dejaron convivir, representaban dos momentos distintos de la ciudad, ninguno más importante que el otro, eran signos de convivencia, de la tolerancia del pasado respecto al presente.
   A este eje icónico recientemente desaparecido  incorporo a la Torre la Previsora y su tan tradicional reloj digital. Edificación emblemática de la ciudad, punto de referencia y de encuentro, y su reloj elemento referencial del tiempo en la ciudad. Símbolo de consulta diaria, de alguna manera dictaba el ritmo de Caracas. En fechas recientes Seguros La Previsora fue intervenido por el estado venezolano por razones de las que no me ocuparé, pero indiferentemente de culpables o inocentes, el hecho está en que la intervención llevó al cese de funciones del reloj. Ya  La Previsora no da la hora. La costumbres culturales relacionadas con la ubicación y el tiempo en esa zona tan importante de Caracas recibieron un golpe mortal.
    Muchos pensarán que no debe ser tan importante este hecho pues nadie lo protesta, pero es que el número de personas que ingresa a la morgue de Bello Monte y sus dolientes, los índices de inflación y la calidad de vida por los suelos no dan tregua, y convierten a estos problemas en situaciones menores, de poca importancia.
   Lo cierto es que no sólo la inseguridad  nos mata, también lo hace aquel que se toma la atribución con nuestra  anuencia de destruir nuestro entorno, natural o creado ¿Qué se logra con apagar el reloj de La Previsora? ¿Se pudo minimizar las dimensiones y peso de los materiales de la Bola Pepsi o la taza de Nescafé para que fuesen más seguras? ¿Se discutió suficientemente la remoción de estos íconos y los efectos culturales que traería esta decisión en la población?
   Algo que tengo muy claro, es más manejable una población desprovista de referentes culturales y simbologías arraigadas en su entramado cultural, que aquellos que sienten y saben suyo los elementos que los rodean. A esto sumo la conveniencia de la delincuencia como herramienta de control social. Nadie pensara en patrimonio  cultural en ninguna de sus categorías si tiene a un familiar que reclamar en la morgue.


Queda de nosotros exigir respeto a nuestra vida y a nuestro patrimonio.



Vivir en diversidad es la premisa