martes, 3 de agosto de 2010

Y el patrimonio del pueblo?


   Nací en Maracay, estado Aragua pero me crié en un pueblo cercano. Villa de Cura, llegué muy pequeña a ese pueblito, lleno de tradiciones y creencias como todo poblado. Crecí entre procesiones, peregrinaciones y promesas. Los carnavales no son tan notorios, las costumbres religiosas sí. Todo el pueblo se vuelca a celebrar en enero las peregrinaciones de la Virgen de Lourdes, en Semana Santa se celebran las procesiones llenas de devotos, tanto lugareños como visitantes. Se pudiera creer que los símbolos patrimoniales del pueblo son las procesiones, en especial la del Nazareno y Santo Sepulcro y sus respectivas cofradías, que no son más que grupos de devotos encargados de organizar a los cargadores y el mantenimiento de los santos. Es algo que ha pasado de generación en generación, legando admiración y respeto en la población. Las procesiones son un acto de devoción, aunque también sirven de excusa para el reencuentro entre villacuranos que están fuera. A pesar de que ya no asisto (luego conocerán mis razones) reconozco que forman parte del "ser villacurano" de su esencia, de su cultura. Son períodos del año que se esperan con ansias por motivos diversos.
   A mi llegada al pueblo, la mayoría de las casas ubicadas en el casco central seguían siendo de bahareque, con sus bellos zaguanes y frondosos patios internos. Cerca de la plaza la "Heladería Ayacucho" propiedad de unos italianos. El helado era hecho manualmente a la vista de todos y es necesario exaltar el valor que añadían a los paseos vespertinos, toda un delicia. También vendían café, muy famosos por sus elegantes tazas de porcelana, esterilizadas también a la vista de todos. Fue un lugar referencial para todos en el pueblo, ¿y quién no deliró por una buena taza de café o una fabulosa barquilla de ron pasa? Las plazas jugaron su papel primigenio, fueron lugares de reunión y esparcimiento. Se dejaban ver los grupetes de abuelitos conversando al final de la tarde y no faltaban los enamorados adornando los bancos cómplices. La iglesia, siempre abierta, siempre refugio. De estar cerca se escuchaban cantos y oraciones de las que suelo llamar "las amigas del rosario". De manera consciente y hasta intencional hecho mano de mi subjetividad para recrear lo que fue la Villa de Cura de mi infancia, es la única forma de hacerlo.
   La noción patrimonial se ha enriquecido y ampliado gracias a la institucionalidad cultural, lo que ha beneficiado enormemente a la preservación tanto de monumentos, construcciones con valor arquitectónico, así como de tradiciones pertenecientes a la cultura de transmisión oral, formando parte de nuestro patrimonio inmaterial o intangible, el cual tiene la misma importancia que los otros tipos de patrimonio. Sin embargo, así como el patrimonio intangible es vital para preservar la esencia cultural de los grupos humanos, el patrimonio arquitectónico no se deber dejar de lado, ya que en él conviven prácticas sociales que son parte del aparato simbólico de nuestra cultura.
   Me crié en las barriadas que fueron naciendo cercanas al casco central, por tanto mi casa no era de bahareque. No obstante, había una incrustada entre el cemento nuevo, y eso siempre llamó mi atención. Debía pasar diariamente por ahí y siempre la veía con un dejo de admiración, me imaginaba lo mucho que tendría esa casa para contar, cuanto habría visto y escuchado.
   Y pasó el tiempo y el pueblo con él. Los cambios no fueron todo lo beneficiosos que el patrimonio ameritaba. Las casas de bahareque desaparecieron sistemáticamente quedando pocas sobrevivientes. La Heladería Ayacucho tuvo la misma suerte, y pasó a convertirse en un centro comercial moderno común y corriente. La iglesia ya no siempre abierta, atenta a la inseguridad. Las peregrinaciones han cambiado de horarios y frecuencia, ya la devoción pasó a ser sólo "la emoción de ver a quien tenía tiempo que no veía" con algunas excepciones que van por convicción religiosa (esto, aunado a la inseguridad son mis dos razones de peso para no asistir) Las plazas sólo son terreno de paso y y de algunos valientes que aún la frecuentan.    
   Todo producto de la modernidad mal entendida y aculturizada. Parte de la modernidad está en valorar nuestros bienes patrimoniales y hacer de ellos símbolos culturales que nos permitan dar a conocer nuestra esencia y así fortalecer nuestra identidad. Claro está, para articular estos conocimientos debemos apoyarnos en el sistema educativo y en el sector institucional, si no, estamos vulnerables a los devastación cultural de los procesos globalizadores, y dejo algo claro, no estoy en contra de la globalización pero sí de la igualación de culturas. Somos distintos y debemos seguir siéndolo, mientras lo disfrutamos y respetamos.
   A pesar de ser testigo a la distancia de la destrucción progresiva de la memoria histórica del pueblo, mi esperanza se anclaba en esa vieja casa, cercana a la mía, a la que todavía seguía viendo, orgullosa de sí. Mi esperanza se vio disminuida hace poco, al pasar por ahí y ver como acabaron con la fachada tradicional y la convirtieron en otra casa común. Investigando me enteré que los dueños de casa fallecieron y los herederos decidieron remodelar, lo cual no es problema, si se tuvieran los criterios necesarios para "remodelar" sin desvirtuar la naturaleza de la vivienda, que bien pudo ser la única sobreviviente de su tiempo y muestra patrimonial perteneciente a una ruta turística que mostrara orgullosamente los valores propios del pueblo.    
   Cuando veo al pueblo, lo imagino como a un adolescente a quien no se le advirtió de los cambios que estaban en su futuro cercano y como era de esperarse fue devorado por los cambios sin hacerse parte de ellos.
   Me he planteado cualquier cantidad de proyectos para el rescate, preservación y promoción del patrimonio villacurano, pero la realidad me da un portazo y al reaccionar del impacto sólo veo que no hay instituciones locales que se puedan encargar de eso, y es que es muy difícil atender la realidad patrimonial cuando el nivel y calidad de vida de los villacuranos están tan caídos como las difuntas casas de bahareque.
   Sólo veo con tristeza y lógica impotencia tanta indolencia institucional sentada sobre la ignorancia de un pueblo ahogado en penurias y desidia. A pesar de ello, algo de confianza me alienta. Siempre se puede mejorar, sólo falta querer y actuar.
No dejaré de preguntar, ¿y el patrimonio del pueblo? es la manera de recordarme que hay algo rescatable y que los procesos de aprendizaje están dados para ello.

   Sólo a la espera de una oportunidad para ver nuevamente a la Villa de Cura donde llegué.

2 comentarios:

  1. Sencillamente, toca el corazón de todos los que hacemos vida fuera de nuestros lugares de origen, y cuando por una u otra razón volvemos a ellos, te encuentras sólamente con el recuerdo y la nostalgia. Me pasó en Valencia, mi ciudad natal, recuerdo disfrutaba al igual que mis hermanos, de lo fascinante que eran LOS CAMORUCOS,esos árboles que con su verdor y majestuosidad, resguardaban los rostros de los valencianos de un sol inclemente característico de la ciudad, aquellos rostros de quienes paseaban por la muy concurrida Av. Bolívar. Los Camorucos, fueron brutalmente cortados para darle paso a una estación del Metro de Valencia, sin duda, un avance muy importante para la ciudad. Sin embargo, creo se pudo haber hecho la estación a un lado de la Avenida. Miles de pancartas y prostestas se apostaban a lo largo de Los Camorucos ya en suelo.. Ahora, Camoruco es sólo el nombre del lugar donde esos árboles crecieron y vivieron por muchos años, queda ese famoso cc y una calle que siempre se ha llamado así, Camoruco. Ahora, sólo queda el nombre de esa hermosa obra de Dios en estos lugares, y en mi memoria.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Susana por compartir tu experiencia en pérdida patrimonial. Estoy segura que muchos las tenemos pero solo pocos las compartimos. Lo importante es generar discusión y espacios para reflexionar y proponer soluciones que no derrumben nuestros elementos identitarios. Un abrazo

    ResponderEliminar